viernes, agosto 27, 2010

La Iluminada.

Todo comenzó con velitas aromáticas o como ellos le llaman, incienso.

Retraído, poco expresivo y encerrado en sí mismo, como siempre había sido, que de repente iniciara a experimentar con tan extraños aromas (si así se le puede llamar) era totalmente inquietante; pero cuando nombres de libros paganos fueron espacios en los rincones de su habitación y una nunca antes vista férrea determinación a no faltar a sus “clases de los sábados”, estalló en mi una abrasiva ola de incertidumbres y emociones que me embestían como presagiando la más terrible de las derrotas.

No valieron mis solemnes acciones y tácticas para acercarlos a personas civilizadas y de buen porte a clubs de beneficencia, catecúmenos, carismáticos, aficionados al deporte, caza, autos, tecnología; ya todo estaba perdido.

¿Que vendría ahora?, ¿Se iría de la casa para morir en algún acto sectario bajo los asquean tés efectos del veneno de su gurú y el arsénico? ¿Escupir y bailar desnudo sobre todas las santas tradiciones que han forjado el nombre de nuestra prominente familia?

Pero lo que nunca jamás me esperaría, es que luego de haberlo merecidamente castigado por un mes, en honor a su nuevo corte al estilo del más estridente monje tibetano; se parara frente a mí, con unos ojos inundados de inocencia, y me obsequiara una escultura nacida de sus manos (captaba en ella la esencia de un bello y resplandeciente bebecito, adornado con sus cabellos y esculpido a imagen y semejanza de mi foto favorita de cuando era un recién nacido) y con un tierno, conmovedor y amoroso abrazo me dijera, ¡Te quiero mama!

Admito que en ese instante algo se ilumino dentro de mi Corazón.

Olv. Lemuría.